Pero, ¡es el verano, la playa, la pesca, las visitas, las reuniones familiares, las fotografías de la boda reciente, las tertulias y muchas cosas más!
También, todas estas cosas te invitan a abandonarte y provocan la desidia a no cumplirla. El verano te reclama la holgazanería y el dejarte llevar por los olores, el perfume de las flores, la brisa del mar, y el abandono en resumen. Se impone sobreponerse y no brindarse en sus manos tentadoras, ni dejarse arrastrar por sus halagadoras ofertas ociosas que llevan a la indisciplina y al desorden.
El verano es tiempo de cambio, pero de cambio de actividad para crecer en otros menesteres y potenciar las virtudes menos ejercitadas durante el tiempo de la tarea profesional y cotidiana. El verano es momento de lectura reposada y reflexiva; de tertulia y desayunos constructivos, edificantes, positivos, reconfortantes; de proyectos venideros que dignifiquen, que nos eleven, que nos ayuden a crecer personalmente y comunitariamente; de familia, de encuentros, de comidas compartidas, de generosidad, de disponibilidad, de ofrecimiento y aceptación, de dar y recibir, de ponerse al lado del otro, de acercarse y comunicarse. En una palabra, de ejercitarse en amarnos más unos a otros.
Vivido así, el verano tiene sentido, más de no hacerlo el verano se convierte en tiempo de holgazanería y abandono; en tiempo de esclavitud y vicios; en tiempo de enjundia y manteca; en tiempo de descrecimiento y retraso; en tiempo de discordia, de alejamiento, de envidias, de empobrecimiento, de críticas que alejan, separan, denigran, levantan murallas y nos aislan. No es fácil veranear, como tampoco lo es el devenir del otro tiempo, el llamado curso escolar o de trabajo.
En cada momento se hace necesario estar dispuesto a crecer, a aprender, a ser más persona y a empujar en aras de construir un mundo mejor para todos. Eso, claro está, supone esfuerzo, vigilancia, lucha contra corriente, incomodidad, complicación y todo lo que en principio molesta y supone sacrificio, pero sólo, sólo detrás de eso se esconde el gozo de sentirse satisfecho y feliz, porque la felicidad es poseer la sabiduría. La felicidad es control de la propia vida. La felicidad es la satisfacción de haberse hecho lo correcto, aún con sufrimiento. La felicidad es la satisfacción de que se ha cumplido con el deber. El regreso será entonces un pozo de gozo que nos ayudará a continuar la labor en el curso que se avecina.
Tampoco podemos perder de vista que, puesto que el hombre sigue siendo libre y su libertad es también frágil, nunca existirá en este mundo el reino del bien definitivamente consolidado. Quien promete el mundo mejor que duraría irrevocablemente para siempre, hace una falsa promesa, pues ignora la libertad humana.
La libertad debe ser conquistada para el bien una y otra vez. La libre adhesión al bien nunca existe simplemente por sí misma. Si hubiera estructuras que establecieran de manera definitiva una determinada – buena – condición del mundo, se negaría la libertad del hombre, y por eso, a fin de cuentas, en modo alguno serían estructuras buenas.
Sólo la promesa de un mundo de justicia y paz donde seremos eternamente felices colma nuestra esperanza de continuar peregrinando hacia la Casa del PADRE.
También, todas estas cosas te invitan a abandonarte y provocan la desidia a no cumplirla. El verano te reclama la holgazanería y el dejarte llevar por los olores, el perfume de las flores, la brisa del mar, y el abandono en resumen. Se impone sobreponerse y no brindarse en sus manos tentadoras, ni dejarse arrastrar por sus halagadoras ofertas ociosas que llevan a la indisciplina y al desorden.
El verano es tiempo de cambio, pero de cambio de actividad para crecer en otros menesteres y potenciar las virtudes menos ejercitadas durante el tiempo de la tarea profesional y cotidiana. El verano es momento de lectura reposada y reflexiva; de tertulia y desayunos constructivos, edificantes, positivos, reconfortantes; de proyectos venideros que dignifiquen, que nos eleven, que nos ayuden a crecer personalmente y comunitariamente; de familia, de encuentros, de comidas compartidas, de generosidad, de disponibilidad, de ofrecimiento y aceptación, de dar y recibir, de ponerse al lado del otro, de acercarse y comunicarse. En una palabra, de ejercitarse en amarnos más unos a otros.
Vivido así, el verano tiene sentido, más de no hacerlo el verano se convierte en tiempo de holgazanería y abandono; en tiempo de esclavitud y vicios; en tiempo de enjundia y manteca; en tiempo de descrecimiento y retraso; en tiempo de discordia, de alejamiento, de envidias, de empobrecimiento, de críticas que alejan, separan, denigran, levantan murallas y nos aislan. No es fácil veranear, como tampoco lo es el devenir del otro tiempo, el llamado curso escolar o de trabajo.
En cada momento se hace necesario estar dispuesto a crecer, a aprender, a ser más persona y a empujar en aras de construir un mundo mejor para todos. Eso, claro está, supone esfuerzo, vigilancia, lucha contra corriente, incomodidad, complicación y todo lo que en principio molesta y supone sacrificio, pero sólo, sólo detrás de eso se esconde el gozo de sentirse satisfecho y feliz, porque la felicidad es poseer la sabiduría. La felicidad es control de la propia vida. La felicidad es la satisfacción de haberse hecho lo correcto, aún con sufrimiento. La felicidad es la satisfacción de que se ha cumplido con el deber. El regreso será entonces un pozo de gozo que nos ayudará a continuar la labor en el curso que se avecina.
Tampoco podemos perder de vista que, puesto que el hombre sigue siendo libre y su libertad es también frágil, nunca existirá en este mundo el reino del bien definitivamente consolidado. Quien promete el mundo mejor que duraría irrevocablemente para siempre, hace una falsa promesa, pues ignora la libertad humana.
La libertad debe ser conquistada para el bien una y otra vez. La libre adhesión al bien nunca existe simplemente por sí misma. Si hubiera estructuras que establecieran de manera definitiva una determinada – buena – condición del mundo, se negaría la libertad del hombre, y por eso, a fin de cuentas, en modo alguno serían estructuras buenas.
Sólo la promesa de un mundo de justicia y paz donde seremos eternamente felices colma nuestra esperanza de continuar peregrinando hacia la Casa del PADRE.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Compartir es esforzarnos en conocernos, y conociéndonos podemos querernos un poco más.
Tu comentario crea comunidad, por eso, se hace importante y necesario.