Mi padre
Cuando se me ocurrió escribir sobre mi madre, jamás había pensado que lo iba a hacer algún día. Una serie de circunstancias van preparándote el camino que cristaliza en un momento determinado como el instante que la lluvia rompe en caída fulgurante hacia la tierra. En más de una vez me he visto sorprendió por un chubasco repentino que me deja empapado hasta los huesos.
De la misma forma, me he visto sorprendido escribiendo de mi madre. Y es ahora cuando me duele el no haberles prestado más atención y el saber más de ella. Eso me enseña a aprovechar mejor el tiempo y a saber todo lo más que pueda de mi PADRE DIOS. Y es que tengo todo lo necesario a mi alcance: “la oración”. Y además con ÉL siempre dispuesto y esperándome.
Sin embargo, hoy, por la Gracia de nuestro PADRE DIOS, quiero aventurarme en escribir también algo de mi padre. Sí me duele el saber muy poco de mi madre, cuanto más me dolerá el no saber casi nada de mi padre. Durante mi niñez y juventud fui muy poco interesado en observar e interesarme por el conocimiento de las personas. Sólo ponía interés en lo que ocupaba mi interés, lo demás pasaba desapercibido. A todo eso, mi padre murió cuando yo tenía sólo catorce años. En esa época el padre representaba el poder y la autoridad familiar. Todo le estaba sometido, de tal forma que llegar a él encerraba dificultades y respeto. A todo eso se añadía la profesión que desempeñara. En el caso de mi padre, comerciante, empresario hoy, y desde muy temprano, sobre las siete de la mañana hasta las nueve o diez de la noche su familia, entre comillas, era su negocio. La madre era la que se ocupaba de los problemas familiares.
Ahora, por los recuerdos que me vienen a la mente y por lo que he oído de personas que lo conocieron mejor que yo, puedo hacerme una idea de quién era mi padre. Mi padre, recuerdo, gozaba de un ganado prestigio de seriedad y hombre trabajador. No en vano, supo con su constancia y trabajo crearse un nombre, “Pepe Pérez” que fue popular y conocido en su pueblo. Muy disciplinado y amante de darle cumplimiento a su palabra su seriedad le enmarcó en un hombre serio y de bien.
Mi madre y mi padre
No recuerdo nada de motivaciones religiosas ni de inquietudes trascendentes, y, mucho menos, oírlas comentar en mi casa. Sé que sufrió y tuvo problemas en la época de la guerra civil, pero, bien por fortuna o por circunstancias de la divina providencia, en lo que yo creo, salió ileso de tales contratiempos. A veces me pregunto de donde me vino a mí mi irreversible inquietud por buscar y preguntarme las preguntas que todos llevamos en lo más profundo de nuestro ser. Sí, todos las llevamos, pero muy pocos las sacamos a flote y le hacemos frente. Tarde o temprano volverán a hacer acto de presencia y tendremos de una u otra forma que responder a ellas.
Mi padre, así como mi madre, nunca me prohibieron ir a la Santa Eucaristía. Es más, mi madre me ponía guapo, con la ropa de los domingos, para que fuera. Me permitieron hacer la primera comunión, más no recuerdo donde estaban mis padres ese día. En realidad no sé si me acompañaron a la Eucaristía o no. Supongo que, como todos, los padres creyesen o no creyesen accedían a no inmiscuirse en esas cosas permitiendo a los hijos hacer lo que de alguna manera venía impuesto por el régimen dominante. Hoy, visto que ha sido un error, los actuales regímenes vuelven a caer en lo mismo.
De lo expuesto deduzco que mi padre no era un hombre de fe, más no influyó en mi formación ni en formarme en otras ideas o ideologías. Creo sinceramente que, como muchos de su época, mi padre fue un hombre honrado, cabal, serio y amante de respetar y ser respetado. Influido por su cultura y no muy conocedor de la figura de JESUCRISTO, no supo emerger de su propio ambiente y encontrar respuesta a lo que todo ser humano busca, de una u otra forma, responder. Digo deduzco, porque en realidad no tengo otros testigos que la observancia de los hechos y el resultado de los mismos.
Hoy con la boca llena y muy orgulloso de ambos puedo expresar, desde lo más profundo de mí ser, el clamor agradecido a mi verdadero PADRE por los padres de la tierra que me ha dado. Todo lo que soy, lo soy por la respuesta de colaboración que ellos han dado a nuestro PADRE DIOS. Sin ellos, nada sería, pues en sus manos el PADRE Bueno del Cielo dejó mi crianza y cuidados.
Hoy, recientemente acabado el quinario de San Ginés dado por el Padre Marcos, dominico, relaciono la respuesta de mis padres, y también las de muchos padres, a la respuesta, salvando las diferencias, de nuestra Madre la Virgen al SEÑOR. DIOS, como nos decía el Padre Marcos, no eligió a su Madre María de entre muchas madres, sino que la creó ya como su Madre, Inmaculada, Virgen, llena de Gracia. Indudablemente la Virgen, eso lo pongo y lo creo yo, tuvo su prueba libre de respuesta y aceptación que magníficamente cantó en su conocido “Magníficat”.
Ahora, con la mirada vuelta atrás, no para lamentar ni apercibir, sino para construir e iluminar los frutos de tan dilatada cosecha, quiero alzar en mi humilde voz un canto de agradecimiento a mi pequeño gran padre que, por mediación de nuestro PADRE DIOS, ha sido instrumento de colaboración en darme la vida y todo lo que hoy soy. Pero lo más importante, que ha sido semilla y sembrador de otros frutos que hoy florecen para el Reino de DIOS.
En mi vivencia reflexionada llegué a pensar que hubiese sido de mí si, en mi caso eran otros tiempos, pero pudo ser en estos tiempos, mi padre, junto con mi madre, hubiesen decidido abortar por las causas que fuesen. Toda mi vida, pensada en la Inteligencia Divina, hubiese sido abortada y desechada. Ruego clamorosamente al SEÑOR que ilumine a los futuros padres y madres en la maravillosa colaboración de corresponder al milagro de la vida que DIOS nos ha regalado.
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