Nos hacen sufrir, nos exasperan, nos quitan la tranquilidad y nos someten a grandes pruebas, pero, llegada la paz experimentamos que las necesitamos. Hablo de las dificultades y tropiezos que nos salen al camino de nuestra vida, que tratamos de evitar y nos esforzamos en prepararnos para que ello no ocurra. Sin embargo, ocurre y eso nos hace reflexionar y crecer en madurez y perfección.
Son las llamadas pruebas que todos necesitamos para desarrollarnos y crecer, tanto físicamente como mentalmente, para alcanzar la madurez y el estado de discernir lo bueno de lo malo. Poner el dedo en el fuego nos descubre el dolor físico, y la pérdida de un ser querido el dolor psíquico. Ambos dolores los necesitamos para experimentar la necesidad del deseo de salvación.
No estoy diciendo que tenemos que aprender a quemarnos o desear la muerte de alguien querido, sino que el dolor que experimentamos en nuestras vidas, inevitable que los tengamos, nos enseñan el camino y nos descubren la necesidad de salvación. Sentirnos impotentes y frágiles nos mueve a la búsqueda de protección, y solo en Dios encontramos esa esperanza. Y lo sabemos porque Jesús, nuestro Señor, nos lo ha revelado y enseñado.
No se trata de desear sufrir ni de buscar sufrimientos. No, se trata de que la vida nos pone contratiempos y obstáculos inevitablemente, y de ellos aprendemos. Aprendemos para darnos cuenta de que al final del camino, si los superamos y aceptamos según la Voluntad de Dios, alcanzaremos la felicidad eterna en la presencia del Padre.
¡Hola! Cierto lo que escribe, si no tuviéramos pruebas, si todo fuese fácil, no hay superación, no hay logros, no hay madurez y nada tendría validez. Me hago seguidora de su blog. Un saludo.
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