De antemano pienso
que el momento de la muerte es la hora más importante de la vida. Nos jugamos,
creas o no creas, gozar o sufrir eternamente, porque a partir de ese momento la
vida se eterniza y gozarás o sufrirás según tu vida en este mundo previo. Podrás
ignorarlo, reírte o rechazarlo pero el tiempo se gasta, pasa, aunque
aparentemente despacio, pero el final llega más pronto que tarde.
En consecuencia,
el paso de esta vida a la otra es de vital importancia. Dependerá, como ya
hemos comentado, de pasar la eternidad – es decir, para siempre – en plenitud
de gozo felicidad, o en dolor y sufrimiento. No sabemos como será, pero si
sabemos que quienes no estemos en el Reino de Dios lo pasarán muy mal.
También sabemos
que la Misericordia de Dios, nuestro Padre, es Infinita y que, siempre que
tengamos una actitud de propósito de enmienda y arrepentimiento y creamos en
Él, seremos perdonados. Eso no nos exime de pagar todos nuestros pecados en el
lugar llamado Purgatorio, donde lo pasaremos muy mal hasta purificarnos. De ahí
que todo el tiempo que pasemos en actitud de amar como nuestro Padre nos ama es
ganancia y preciado tesoro según nuestros términos humanos.
Personalmente, a mí me gustaría tener una muerte en la que – eso le pido al Señor – sea consciente para poder prepararme para esa cita tan importante – la más importante – de mi vida. Se trata de presentarme delante de mi Padre Dios, lo que anhelo y busco durante mucha parte de mi vida, conocer todo el misterio y, por su Misericordia, tener la esperanza de estar a su lado para siempre en plenitud de gozo y felicidad. Se trata de no tener más hambre ni sed. Se trata de ser plenamente feliz.
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