Es
difícil entender como el mundo se sostiene. Digo, se sostiene, queriendo
significar que, con tantas cosas mal hechas, guerras, muertes, catástrofes,
todavía esté en pie. La envidia, la ira, la venganza, la soberbia y todo lo que
impulsa a matar ha terminado siempre vencida por el amor. Es la fuerza más
poderosa e invencible que existe.
Y, después de un rato de silencio,
ensimismado en sus propios pensamientos, pensó, «fue y es el poder de Jesús.
Nos amó hasta el extremo de darlo todo por nosotros, incluso lo único que
tenía, su Vida. Y, la sensación que se tenía en aquel momento era que había
fracasado. Se había quedado solo en la Cruz. Simplemente, su Madre y algunas
mujeres y Juan, el discípulo amado.
¿Dónde estaban los demás? ¿Para qué
habían servido sus enseñanzas? ¿Había acabado todo? ¿Tanto sufrimiento para
terminar así valía la pena? Posiblemente, me imagino los tres días que
siguieron. ¡Cuántos interrogantes, preguntas y respuestas tuvieron que
plantearse! ¡Dios mío´!, ¿y ahora qué?
Ahora triunfaría el Amor. El amor une,
convoca, llama, impulsa, fortalece, proclama, transmite, testimonia, se da,
sirve y contagia de felicidad y gozo inenarrable. El amor es vida, es gozo y,
sobre todo, es Eternidad. Porque, el Amor resucitó al tercer día, y la Vida
floreció, y la esperanza se llenó de vida, de color, de alegría y de sentido.
Lleno de gozo, de paz y de emoción
gozosa, Manuel exclamó: ¡Sí, solo el Amor llena de gozo y felicidad eterna
nuestra vida!» Y permaneció un plácido rato tumbado en el sofá. Cerró sus ojos
con suavidad y serenamente sumido en una gran paz, quedó profundamente dormido.
Habían pasado varias horas. Cuando despertó se sintió
bien. De esos momentos que te encuentras ligero, ágil y dispuesto a todo. Incluso
llegas por creerte más joven, más en forma y te parece todo más hermoso que
hace unos momentos. Te sientes llenos de ganas de amar, de gritar ¡viva la
vida! Y de dar gracias a Dios por la oportunidad de poder ver las cosas desde
un punto de vista tan hermoso. Y, sobre todo, por experimentarte más libre
hasta el punto de poder dar y darte. Hasta el punto de ser capaz de, no solo
dar, sino ofrecer tu tiempo, tu fuerza y los talentos que Dios te ha dado.
No cabe ninguna duda que la esperanza de este mundo no está en la economía, ni en el trabajo ni tampoco en el poder. Todo se sustenta en el amor fraterno. En ese amor que te empuja a dar a cada uno lo suyo, a respetar la libertad, a vivir en la verdad, justicia y los derechos, sobre todo de los más débiles y vulnerables. Esa es la verdadera esperanza.
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