Lo único cierto es que un día la muerte será nuestra compañera. Y nadie, ni nuestros seres más allegados, nos podrá acompañar en ese viaje desconocido y que nadie ha podido contar. Sin embargo, esa certeza no tiene efectos ni consecuencias en nuestra manera de actuar. Todo lo contrario a la pérdida del trabajo, a la enfermedad o desamores, que nos afectan de forma preocupante e influyen en el comportamiento y sistema de vida.
Los creyentes no parecen que lo que les dice su fe sea algo que les preocupe mucho, pues igual que los que no creen o tienen su fe dormida, no se activan ni se mueven por ser consecuentes con la misma. Parecen dormidos, no muy convencidos y no contagian. Su fe aparente no llega a aquellos que la rechazan o no la tienen. No transmiten testimonio.
La calle descubre las preocupaciones de la gente, católicos o no católicos, creyentes o no creyentes. Las encuestan hablan del paro, de la salud o sanidad, del empleo, de la situación económica. Son las primeras preocupaciones y las que, resueltas, les dejaría felices y tranquilos. Sus deseos de fin de año será pedir salud, dinero y amor. No hay otros motivos ni preocupaciones.
Por eso, es digno de alabar a aquellos que, no creyendo, se preocupan por y en lo que creen. ¿Por qué los católicos no actúan así para alcanzar la vida eterna? ¿Hay algún valor mayor que ese? ¿No debe ser ese el objetivo y valor más grande que perseguir y alcanzar? ¿Hay algo que se anhele más?
Al parecer, nos dice Jesús, los hijos de las tinieblas son más astutos y sagaces que los hijos de la Luz.
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