Saludaba a un buen amigo, buena persona y caballero honrado y mejor esposo y padre. Mucho más no se puede decir de una persona sino solamente una cosa: creyente en Xto. Jesús, y por lo tanto, plenamente esperanzado en resucitar como Él lo hizo por el Amor del Padre.
El motivo era, aparte de saludarlo, darle mi pésame por la muerte de un familiar muy cercano. En el intercambio le revelé mi fe, porque venía al caso, y le consolaba con la esperanza de sabernos aves de paso que caminamos hacia un Reino mejor donde la paz, la justicia y el amor nos colman de eterna felicidad en la presencia de Dios Padre.
No fueron estas palabras exactas, pero si el sentido y el contenido de su significado. La respuesta fue: yo prefiero esta que la otra. A lo que le respondía que está sabemos que termina. Es la certeza más cierta, valga la redundancia, que sabemos, y por lo tanto no esperar otra mejor y eterna no es muy inteligente. Por nuestro propio interés necesitamos creer para tener esperanza. Porque, aunque no lo sepamos, buscamos la eternidad con todas nuestras fuerzas.
Él mismo se descubría cuando afirmaba quedarse con esta, y esa actitud también nos descubre el rechazo que sentimos al cambio, a lo desconocido, a la mudanza, como decimos ahora en Blogueros con el Papa. No resistimos a salir de nosotros mismos y morir. Ese es el camino; el único camino para llegar a la tierra prometida. Allí el Señor nos espera, pero antes tenemos que andar nuestro propio desierto.
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