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lunes, 6 de octubre de 2014

FORTALECERNOS EN LA ORACIÓN



Está fuera de lugar el reconocer que cuando pedimos es porque necesitamos lo que pedimos. Es posible que en algunas ocasión esa petición sea excesiva, demasiada egoísta o sin mucho interés, pero lo normal es que cuando pedimos es porque necesitamos.

Y también, lo más frecuente es pedir necesidades materiales, de salud o de mejorar algún aspecto de la vida. Como seres humanos que somos estamos inclinados a tener más presente nuestro lado material. Más difícil nos resulta caer en la necesidad espiritual y en la que nos ayude a crecer en la fe, la piedad y la caridad.

Sin embargo, lo peor es encajar el resultado de nuestra oración. Porque cuando no somos correspondidos nuestro rechazo o amistad puede quedar tocada. Y es que olvidamos algo muy importante. Siempre somos y seremos correspondidos, porque el Señor nos escucha siempre. Lo que ocurre es que no siempre lo que pedimos es lo que nos conviene. Nosotros no sabemos pedir lo que realmente nos hace falta para alcanzar la salvación, que es el mayor regalo que nuestro Padre Dios nos ofrece.

Ceder a nuestras peticiones y con ellas agravar nuestras posibilidades de salvación no sería bueno, y mucho menos señal de un buen Padre. Dios nos quiere infinitamente y busca nuestra salvación, así que hará todo lo necesario para conseguirlo contando con el regalo de nuestra libertad. Y así como llevó a su pueblo por el camino peor y más largo, el desierto, para que advirtieran la necesidad de Él, también nos responderá a nosotros dándonos aquello que nos unirá y revelará su dependencia y Amor.

Lo cierto y bueno es que cuando respondemos abandonándonos en sus Manos y aceptando su Voluntad, confiando que es lo mejor y lo verdaderamente bueno para nosotros, nuestra vida cambia, nuestro corazón se vuelve más dócil, suave, esperanzado, paciente y en paz. Y el camino, a pesar de su dureza y dolor, se recorre con el gozo de sabernos escuchados y salvados en el Señor.

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