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jueves, 6 de marzo de 2014

SEGUIR LO QUE VALE LA PENA



Admiro a mucha gente, y entre ello a algunos compañeros en su perseverancia y voluntad para estar cuidando la forma y mantener la actividad física con largas caminatas y paseo en bicicletas, cuando no a pie. Transmiten fuerza de voluntad y una fe en el ejercicio físico como complemento necesario para mantenerse bien y cuidar la salud.

Sin embargo, me pregunto que por mucho que se afanen, en vano sus esfuerzos porque, tarde o temprano, les vendrá su hora y su deterioro con la muerte. Lugar que todos, a muy pesar nuestro, visitaremos. No obstante, no quiero significar ni decir que esos esfuerzos no sean convenientes, buenos y necesarios, pues también debemos y tenemos que cuidar nuestro cuerpo.

Pero, resulta paradójico que existiendo la posibilidad de, sin dejar de cuidar lo uno, cuidar el espíritu que mantiene la esperanza de conservar ambos eternamente, a eso no se le preste cuidado ni se tenga en cuenta. Sorprende que se valore poco lo verdaderamente importante, pero detenido un instante observamos que la gente camina muy deprisa y piensa muy tarde, lento y muy poco.

Convendría reflexionar un poco más, porque la cuestión es de suma importancia, lo más importante diría, porque no jugamos, no sólo la vida sino la vida eterna. Y reflexiona hasta el punto de sorprenderme a mí mismo, porque hasta hoy no me cabía en mi corta cabeza lo que dijo santa Teresa: "...No me mueve mi Dios para quererte, que aunque no hubiera cielo te quisiera y aunque no hubiera infierno te temiere..."

Pero ahora llego a entenderlo, y podría decir lo mismo. Y es que aunque el Señor fuese un invento de los hombres, merece la pena cuidar el espíritu que el hombre tiene, y amar, pues ya desde aquí se vive mejor y en paz. Y es que ese deseo de ser alguien y ansia de felicidad sólo se alcanza amando y sembrando la paz y las buenas obras. Nadie se acuerda de lo bien que has vivido, ni de tus buenos momentos, sino de lo que has amado y has hecho por los demás.

De las grandes orgías, pantagruélicos banquetes, borracheras y fiestas por todo lo alto nadie se acuerda. En todo caso las desean, y desesperan por no poder vivirlas de nuevo, pero sólo queda vacío y tristeza. Se acuerdan de lo que tú has amado y has dado por amor. Sólo quedan tus buenas obras.

Y, claro, resulta que esa experiencia te pone otra vez, sin otra alternativa, delante de Dios y te hace exclamar: Gracias Dios mío porque existes y porque me haces feliz hasta el punto de amarte sin pedirte nada a cambio.

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