Es habitual ver a la gente corriendo de un lado para otro. Las calles son lugares de paso y casi ni tenemos tiempo para ver quien pasa a nuestro lado o dar un buen saludo sereno y tranquilo a un amigo que no vemos todo los días. Sí, se vive deprisa, muy deprisa y eso nos amenaza con perder de vista quienes somos y a dónde nos dirigimos.
Porque las prisas son malas consejeras, dice el refrán, y no está fato de razón. Es bueno trabaja. San Pablo incluso lo exige a quien quiere comer, pero otra cosa es afanarse hasta el punto de no darse cuenta que lo verdaderamente importante es la Vida de la Gracia, y no esta a la que estamos dedicando más tiempo que el debido. Así le ocurrió a Marta, que afanada en las cosas de la casa y por atender a Jesús, reclamaba incluso la presencia de María.
¿Y qué hizo Jesús? Aclararnos precisamente esta humilde reflexión. Lo importante, Marta, es lo que ha escogido tu hermana María: escuchar la Palabra de Dios y meditarla serenamente, lo demás tendrá su tiempo. Y es que nada será ni tendrá efecto si no es por la Gracia de Dios. Es Ella la que nos da la vida y hace que nuestras obras tengan eficacia. Y también nos hace humilde, porque nos damos cuenta que nada es mérito nuestro sino de nuestro Padre Celestial, del que recibimos todo gratuitamente.
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