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jueves, 17 de enero de 2013

ALFRED HITCHCOK

Alfred Hitchcock


No nos concuerda que ciertos personajes estén ligados a la Iglesia o que den testimonio de su fe. Nos parece que eso de la fe es para mujeres, niños o personas mayores y enfermas. Tenemos una imagen muy distorsionada de la realidad y nos autoengañamos justificando realidades con imaginaciones y actitudes falsas que tranquilicen nuestra conducta y forma de vivir.
 
Creemos que la religión y la fe son para unos locos curas, monjes y religios@s cuyos cerebros han sido lavados y manipulados para creer sin razones ni cuestionarse nada. Sabemos que eso no es cierto, pero nos gusta más pensar que sí, y dar riendas sueltas a nuestros criterios e intereses.

Hoy quiero presentar a un personaje famoso: Alfred Hitchcok, cuya vida puede sorprender a más de uno, pues es indudable que ese genial cineasta debe ser considerado como un hombre inteligente, con personalidad y no manipulable.

Hitchcok murió en el mes de abril de 1980. Todos recordamos películas suyas, como "Psicosis", "Los pájaros"; "Ventana indiscreta". 

Recientemente se ha publicado una biografía suya, " en la que se presenta al famoso director rechazando la religión en el lecho de muerte. Una falsedad que el sacerdote jesuita March Henninger, se ha apresurado a rechazar en un artículo publicado en el "Wal Street Journal".

"Yo estaba allí" -dice el jesuita-. De pequeño era aficionado a sus películas y mi compañero, también de la Compañia de Jesús, el Padre Tom Sullivan que sabía mi simpatía por el gran director de cine me pidió que le acompañara a visitarlo. "Estaba en un esquina del cuarto de estar, dormitando con un pijama negro azabache".

Ibámos a su casa a decir misa, invitados por la familia. El Padre Sullivan conocía muy bien al cineasta y le confesaba. El Padre Sullivan le despertó suavemente, y Hitchcok besó su mano. Y me presentó: "Este es Mike Henninger, un joven sacerdote jesuita de Cheveland.

Después de charlar un rato, pasamos a una habitación donde le esperaba Alma, su mujer. Y celebramos la misa, una misa silenciosa y profunda. "Hitchcok había estado un tiempo alejado de la Iglesia, así que contestaba a la misa en latín, como antes del Concilio Vaticano II. Tras recibir la comunión, vi algo que me llamó profundamente la atención, lloró en silencio, y vi lágrimas caer por sus mejillas.

Después siempre los sábados por la tarde iban los dos sacerdotes a estar con él. Más tarde, -cuenta el Padre March- comencé a ir yo solo, no sin sentirme impresionado por charlar con Alfred Hitchcok, pero lo hicimos muy amablemente.

-"Vamos a misa", me dijo. Lo cogí delicadamente por el brazo. Caminamos despacio por su edad y repetía: "Vamos a misa".

Es una pena que los prejuicios antirreligiosos de nuestra época -lamenta el Padre March- hayan ocultado en sus biografías su sentida faceta de católico. Fue él el que pidió que le visitáramos los sacerdotes. Y celebramos la misa en su casa. Había centrado ya su vida en los últimos días de existencia que le quedaban, y veía las cosas con mayor claridad, esas verdades olvidadas durante tantos años que finalmente se ven con gran atención. Buscaba la reconciliación con Dios siempre dispuesto al perdón. 

Nunca olvidaré -confiesa el Padre Jesuita- la sentida y última secuencia de la película de su vida, la representación real, humilde y verdadera de su propia vida y de la religión del hombre, lejos de las biografías y de la prensa: "El hombre a quien se le caen las lágrimas por las mejillas a la hora de comulgar el Cuerpo y la Sangre de Cristo.

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