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- perdona nuestras ofensas;
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en la misma medida que nosotros perdonamos a los que nos ofenden. Así de sencillo, pero así de profundo y vital, porque seré perdonado en la misma medida que perdone. De tal forma que si no perdono, tampoco seré perdonado.
La trampa, entre paréntesis, está hecha, hecha para nuestro bien, porque seré perdonado por propio interés y para luego recibir el perdón de mis propios fallos. Si no, no hay alternativa ni oportunidad ninguna para ser perdonado.
Y cuando quieres responder y seguir a Jesús, tomas conciencia de que el perdón es la llave para alcanzar su misericordia. Y ese perdón te exige mirar en tu interior y doblegar a tu propio egoísmo, tu soberbia y tu vanidad. Esa exigencia de misericordia es la que te exige amar, porque solo con amor se puede hallar el perdón, y perdonando se hace presente el amor.
Adviertes, entonces, que este misterio del perdón solo puede venir de Dios. Aquel que perdonó hasta el extremo de morir, por amor, por cada uno de nosotros. Y ese perdón es la tierra fértil y abonada que cultiva y da los frutos del verdadero amor.
Y experimentas que, cuando has logrado perdonar, después de un pasar por el desierto de tu vida y someter tus intereses egoístas al interés del bien común, sientes el gozo y la dicha de experimentar la Misericordia de Dios que, en la medida que has perdonado recibes también la dicha de ser perdonado y amado.
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