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martes, 23 de noviembre de 2010

LOS ABUELOS EN LAS FAMILIAS


 Detrás del problema del aborto yace un hedonismo imperante que se esconde en el criterio de que "la vida hay que vivirla". Una frase muy llamativa pero vacía de contenido propia más de artículo de consumo que de verdad. La vida, es verdad, hay que vivirla pero vivirla para la eternidad, no para unos cuantos años. Esa sería la frase completa que le daría contenido y verdad a tan famosa frase.

Y digo, lo he repetido muchas veces, detrás del problema del aborto, porque esa tendencia a vivir la vida trae consigo evitar todo tipo de problemas que te la puedan interrumpir. Y los hijos, hoy y siempre, serán un problema. Porque educar es acompañar, y el que acompaña se cansa, se aburre, a veces, y se le hace pesado, en muchos momentos, ese acompañamiento.

¿Por qué? Porque acompañar significa ir al mismo ritmo, lento, rápido o tranquilo, del que acompañamos, y de transmitirle los criterios que necesita para que viva en verdad y no en la mentira. Y eso demanda conocer, y conocer conlleva esfuerzo de formarse para saber, pero sobre todo, saber cuál es el destino de esa hermosa vida, ¡qué bello es vivir!, que queremos sobre todo vivir.

Porque sin saber a dónde nos dirigimos, ni de donde partimos, difícilmente encontraremos el camino hacia la meta, y tras el fracaso, la pérdida o frustración viene el vacío, el sin sentido o la depresión. Nos hundimos y entregamos, como compensación, a los placeres, vicios o dependencias. Del querer vivir la vida llegamos a mal venderla y tirarla.

Porque de lo que se trata, "para eso estamos aquí", es para vivirla gozosamente siempre, es decir, eternamente, y podemos porque a eso estamos llamados. ¿O es que no sentimos  ese deseo interiormente?

Ahora, ¿qué relación tiene todo esto con el título de esta reflexión? Tiene mucho que ver, ya que detrás de ese impulso de vivir la vida equivocadamente se desata un egoísmo que nos lleva a despreciar la hermosa vocación y papel de se padres, sobre todo de la mujer, de ser madre y colaboradora en la creación de sus hijos. El desenfreno de vivir la vida inmediata y caduca, no hay nada más, nos envuelve en una búsqueda de nosotros mismos y no nos deja ver más. Incluso llegamos hasta la barbaridad de matar a nuestros propios hijos.

Y hay una segunda consecuencia, desentenderse, llevados por ese mismo desenfreno, a abandonar los hijos en manos de los abuelos. Puedo comprender muy bien ese problema porque soy abuelo, aunque tengo que decir en honor a la verdad que no es mi caso. Y lo digo con los ojos brillantes por alguna lágrimilla que amenaza salir. Soy yo y mi mujer quienes tenemos que reclamar la presencia del nieto o desear la oportunidad de poder servirle, con el fin de estar un poco a su lado, para gozar de su compañía y de sentirnos abuelos. Y es que sentirse abuelo es un sentimiento nuevo que hay que experimentar.

Pero si estoy de acuerdo que muchos matrimonios, llevados por esos criterios, dejan en manos de los abuelos toda la responsabilidad y educación. Y pienso que los abuelos tienen y juegan un papel, pero sólo su papel, y no pueden suplantar el papel de los padres. Para eso, antes, se necesita subirse al árbol, como Zaqueo (Lc 19, 1,10) y mirar a Quien puede aclararme qué puedo hacer. Porque sólo en la verdad encontraremos la verdadera vocación que, como padres, estamos llamados a realizar.

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