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sábado, 19 de junio de 2010

DESDE LA CIMA SE VE MÁS CLARO...


El SEÑOR nos enseña como hemos de ser para salvarnos: muriendo. Muchos no entendían, y seguimos muchas veces sin entender, a que se refiere eso de morir. Muchos creemos que es morir en cuerpo, y en verdad es al mundo a lo que debemos morir, abandonar las cosas terrenales que nos amarran, y entonces, ya no importa morir en cuerpo, porque salvaremos nuestra vida.

Así lo entendió nuestro amigo Pablo Domínguez, sacerdote fallecido en la cima del Moncayo. Y creo que tenía mucha razón. Nos ensenó la verdadera cima que hay que escalar, porque en ella nunca se pierde, y todo es transparente, limpio, oxigenante, sereno, en paz, bello y fresco, gozoso y eterno. Es la cima que todos anhelamos alcanzar en nuestra vida y que, sólo en DIOS, lograremos alcanzar plenamente.

Saber y entender nuestro camino, es saber y entender lo que JESÚS quiso enseñarnos. Nuestro camino ha de ser como el de JESÚS: un camino Pascual que, cómo ÉL hizo, nosotros también hemos de hacer: un camino de preparación para la muerte, porque sin morir no podemos Vivir eternamente. Como JESÚS, hemos de sufrir nuestra propia pasión, sin miedos, y confiados en esperanza qué, con ÉL, nuestros sufrimientos y tristezas serán suaves y ligeras hasta superar la cima que nos llevará al eterno gozo.

Nos equivocamos si pensamos en un DIOS de soluciones y resuelve problemas. Nos equivocamos si buscamos un DIOS, panacea de todos nuestros males y sufrimiento. Nos equivocamos sin buscamos un DIOS que nos alivie nuestros propios errores, sufrimientos y padeceres, porque ÉL no se presentó así. Nació pobre y perseguido desde la cuna. Vivió humildemente y sometido a todo tipo de esfuerzos, estrecheses e indiferencias, y ya, llegada su hora, vivio una constante amenaza de muerte hasta consumarse en la Cruz.

Nos equivocamos si buscamos un DIOS que nos haga feliz sin antes purificar nuestras malas intenciones y egoísmos. Nos equivocamos si antes de alcanzar la felicidad no nos esforzamos en alcanzar la cima como hizo Pablo. Nos equivocamos si no buscamos un DIOS, que mora dentro de nosotros y que se nos revela en el amor hasta el extremo de darnos antes de recibirnos. Nos equivocamos si no entendemos qué vivir es morir, y para morir no se trata de entregar simplemente nuestro cuerpo, sino entregarnos, aceptando mi propia cruz, en cuerpo y alma agarrados a la Cruz de CRISTO.

Descubrimos que la inquietud nace desde el egoísmo despiadado. Si vivo siempre según mis gustos, si busco imponer mi opinión a los demás, si las contrariedades me llevan al hundimiento, significa que me falta apertura, sencillez, humildad, para salir de mí y entrar en el horizonte del amor. En cambio, si dejo de lado cualquier avaricia, cualquier envidia, cualquier soberbia, cualquier apego a los placeres egoístas, habré dado el paso necesario para entrar en el mundo de DIOS, en el Reino de los Cielos.

Necesito aprender a vivir como los niños (Mt 18, 14), ser sencillo, ser confiado, mirar al cielo y descubrir allí un PADRE que me mima, que me arropa, que me lava, que me salva. Pero hay momento en los que me parece difícil dejar de lado mis costumbres, mis proyectos. Es tan fuerte la pasión, está tan viva la herida del egoísmo y la soberbia, hay tantos apegos y tantos planes que me absorven...

Para DIOS nada hay imposible. Zaqueo se dejó tocar por CRISTO, y dejó su mundo de dineros muchas veces sucio (Lc 19, 1-10). La Samaritana aceptó el diálogo con quien poco a poco le llevó a un horizonte inmenso de esperanza (Jn 4, 1-29). Bartomeo gritó con una fe granítica y arrancó de CRISTO la gracia de ver, con el alma y con el cuerpo, horizontes nuevos (Mc 10, 46-52).

La mesa está servida. El banquete está dispuesto. Los invitados han sido llamados a las bodas (Mt 22, 8-14). Puedo dejar el reino de las tinieblas exteriores y romper con el pequeño mundo que me agobia. Puedo descubrir esa paz, don del ESPÍRITU, que viene de los labios de quien, tras pasar por la prueba del Calvario, salió del sepulcro, y es ahora el SEÑOR de la Vida y el Salvador que tanto anhela mi alma inquieta.

Así, creo, lo entendió Pablo Domínguez, y por eso no tuvo miedo en desafiar a la muerte, e incluso predecirla. Sabía que morir, cuando DIOS lo dispusiera, era vivir. Posiblemente su misión había terminado, como la de su compañera Sara, y prueba de ellos son los frutos que su muerte empieza a dar. En principio han asistido unas tres mil personas a su funeral y, entre ellos, 26 obispos. Se ha hecho una película y, a mí, me ha hecho vivenciar mis humildes pensamientos. La semilla está plantada.




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