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domingo, 16 de mayo de 2010

SON MÁS LOS QUE DAN LA VIDA.



Entre todo el rebaño hay siempre algunas ovejas qué, no solo no producen sino que estropean a las demás y las ponen en entredicho. Pero siempre, afortunadamente, son los menos y nunca pueden acabar con el prestigio y buen hacer de los demás.

También, es verdad, hay muchos que aprovechan estas oportunidades que les brindan esos malos frutos para proclamar, a bombo y platillo, toda su cosecha y racimo de malos ejemplos y pecados que les desprestigien y los ponga al filo de la navaja. Y no tengo a mal que así sea, pues quien la hace la debe pagar. Es de justicia que todo mal sea penalizado aunque sea perdonado. El perdón no implica que se justifique la pena.

Pero, también, en honor a la verdad, debe proclamarse todo lo bueno que las ovejas de ese rebaño hacen. Sobre todo cuando los frutos buenos son muy superiores a los malos y apenas los dejan entrever. Hay una contradicción, que se palpa notablemente, cuando sólo se proclama en la mayoría de los medios, la cosecha mala y no las abundantes cosechas buenas. Es como querer anular los beneficios abundantes durante todo el periodo de su existencia ante el mal resultado de una zafra y etapa muy corta. Todo se presenta según se quiera alcanzar un objetivo u otro.

No se debe ocultar nada. Lo qué está, está, y tal como es debe presentarse y aceptarse. Pero la verdad debe siempre prevalecer ante la mentira, y lo bueno debe sobresalir sobre lo malo. En este caso que nos ocupa, siempre lo bueno ha sido, y seguirá siendo, superior en mucho a lo malo, pero, al parecer, hay interés en destacar más lo malo que lo bueno.

Es el caso de innumerables sacerdotes anónimos, como este, que tras una estela entregada al servicio de los demás, pasan por el mundo sin hacer ruido, en silencio y sin abrir la boca. Claro, ellos no pretenden darse a conocer, sino dar a conocer a JESÚS, hasta el extremo de entregar sus vidas. No les importa el marketin, ni la publicidad, ni los resultados. Sólo persiguen proclamar que DIOS quiere desesperadamente a los hombres y ha enviado a su HIJO JESÚS para redimirlos y ofrecerles la oportunidad de ser gozosamente felices para toda la vida.

Nuestras televisiones deberian estar llenas de estos testimonios humildes, sinceros, callados y entregados hasta las últimas consecuencia. Y de forma gratuita, sin exigir ni pedir nada a cambio. Por uno descarriado o pervertido, hay cientos que están al servicio de los hombres. No debemos poner en entredicho a todos por unos pocos.


Al menos, poner en peligro su vida no le preocupa tanto como llevar a cabo su misión. Por ejemplo, el padre Christopher Hartley. Curtido en el Bronx durante trece años, en la Calcuta de la Madre Teresa durante otros tantos o en los bateyes de la República Dominicana, donde vivía amenazado de muerte, el padre Christopher comienza ahora una nueva misión evangelizadora en una de las zonas más pobres y conflictivas de Etiopía, la región de Ogaden, junto a la frontera de Somalia. Un paisaje desolador. Piedras, arena y miseria. Y peligro. Y, ahora, también esperanza.

En junio de 2008, el padre Christopher decidió asentarse en el pueblo de Gode, en mitad del desierto y epicentro de innumerables guerras entre Etiopía y Somalia. Era la primera vez que la Iglesia católica llegaba a esa zona donde la población es musulmana. Partiendo de la donación de 6 hectáreas de terreno arenoso, aunque fértil, y 200 metros del río Wabe Shebele, lleno de cocodrilos, el proyecto del padre Christopher es ayudar a esas gentes, en su dignidad, en su formación, en su calidad de vida. “Yo he venido aquí para servirles. Revelarles el Amor de Dios no con palabras, sino con mi entrega, con mi amistad, con mis actos. Ellos, por su religión, no pueden recibir la Eucaristía, pero sí su fruto, que es darse a los demás”.

Vive apasionadamente

De eso, el padre Christopher sabe bastante, porque lleva entregándose a los demás desde que se ordenó sacerdote. Nacido en 1960, de padre inglés y madre española, ingresó en el seminario a los 15 años y se doctoró en teología en Roma. De familia acomodada y privilegiado intelecto, siempre se comentó (en familia) que podía haber tenido una prometedora carrera cardenalicia, pero durante trece años sirvió a los más pobres de la comunidad hispana en el Bronx, Nueva York; allí se ganó el respeto y el cariño de todos sus feligreses y también de los que no lo eran.

“Ama hasta que te duela. Si te duele es buena señal”, decía la Madre Teresa. Una lección que el padre Christopher aprendió (y practicó) a su lado, en los años que compartió con ella en Calcuta. Allí conoció la más profunda miseria, y también el más profundo amor; y lo aprendió directamente de quien mejor lo conocía y quien mejor lo ejercitaba, la Madre Teresa.

“Ella para mí fue, sobre todo, madre; madre de mi vocación. Me enseñó a amar con un amor que yo jamás había conocido. Me enseñó que el amor es terco y tenaz. Me enseñó a reconocer el rostro del crucificado en cada pobre. Que la vida es don y por eso sólo tiene sentido cuando se entrega. Me enseñó, por último, que la vida es una maravillosa aventura y que sólo de nosotros depende vivirla apasionadamente o conformarnos con existencias irrelevantes.”

El padre Christopher siempre ha elegido vivir su vida apasionadamente y, desde luego, su existencia no ha sido irrelevante. Ni para los habitantes del Bronx, ni para los pobres de Calcuta, ni, especialmente, para los trabajadores del azúcar en los bateyes dominicanos.

El 5 de septiembre de 1997, justo el día en que murió la Madre Teresa, él llegaba a un nuevo rincón de miseria: San José de los Llanos, en la República Dominicana. Allí, los emigrantes haitianos que acudían a las plantaciones de caña de azúcar malvivían en condiciones de semiesclavitud, trabajando jornadas interminables por unos céntimos, hacinados en barracones sin luz ni agua ni camas ni dignidad.

El padre Christopher luchó por ellos y por sus derechos, se enfrentó a los dueños de las plantaciones y logró llevar luz y agua a sesenta poblados, crear comedores para los niños y, por primera vez en la historia, un contrato que establecía un día de descanso a la semana, una cama por trabajador y un sueldo de 2,4 euros por cada jornada.

Además, levantó un centro educativo, un taller de costura, una unidad de atención primaria y un hospital de cien camas especializado en atención materno-infantil. Y también les llevó a Dios, recorriendo cada día los campamentos en su maltrecha furgoneta, para recordarles que Él está siempre con los más pobres.

El polvo del desierto

Pero sus logros no cayeron bien entre muchos dominicanos, que vieron en el misionero una amenaza para la imagen de su país; ni, sobre todo, entre los magnates del azúcar, que vieron en él una amenaza para su negocio y su poder.

En 2006, tras recibir numerosas amenazas de muerte, la propia Iglesia lo apartó de los bateyes y del peligro y lo llevó de vuelta a Europa. Pero no dejó de defender los derechos de su grey en la miseria: regresó meses después con una delegación de congresistas de EEUU para mostrarles las condiciones de vida en los bateyes; protagonizó el documental The Prize of Sugar y ya en Francia, organizó en varias ciudades la exposición de fotografía “Esclavos en el paraíso”.

“Dar hasta que duela y cuando duela dar todavía más”. Parece como si la Madre Teresa hablara directamente de su querido padre Christopher. Después de su batalla dominicana, buscó el rincón más pobre, miserable y peligroso de África en el que pudiera continuar su labor misionera, y lo encontró en Gode, Etiopía. Terrorismo, guerras, niños soldados, hambre, enfermedades, desierto, olvido... el lugar perfecto para comenzar una misión al servicio de los desfavorecidos. Una oportunidad de llevar un mensaje de esperanza en medio de la desolación. Y en medio de ninguna parte: “El cura más próximo está a tal distancia que para confesarme tengo que coger un focker”.

El padre Christopher es el primer sacerdote católico que llega a esa región, de mayoría musulmana. Y ahora casi el único occidental, después de la expulsión de todas las ONG. Pero el misionero tiene muy claro por qué está ahí: “Estoy allí porque soy sacerdote. No pretendo disimular la misión que Cristo me ha encomendado y no disimulo para ser más simpático o recibir más ayudas o estar más seguro. Yo estoy allí para que pueda estar Él. Y para entregarme a toda esta gente, tan necesitados también de calor humano. El Amor de Dios ha llegado a este rincón de África”.

Por todo ello, ahora y desde este humilde sitio, yo también digo: "Muchas gracias, amigo".

3 comentarios:

  1. Hola, Salvador:
    Personalmente siempre he defendido la labor de la Iglesia. Y nunca me he creído el dicho de que las manzanas podridas contagian a las sanas, puede pasar con estas frutas pero no es aplicable a los humanos. El copiar cierta conducta depende en gran medida de la conciencia de cada uno.
    No me gustan las generalizaciones. No veo justo que se meta en el saco a toda una institución por algunas personas de errada conducta. Últimamente están saliendo muchos casos de curas y religiosos que han cometido abusos, pero eso no quiere decir que TODOS lo sean. Esta situación me conduce a la reflexión de que los componentes de la Iglesia son humanos, y bajo esta condición estamos todos y todos hemos cometido en algún momento errores más o menos graves. Por algo dijo Cristo: "quien esté libre de pecado..."
    Yo prefiero quedarme con la idea de que nadie es perfecto, y dentro de nuestra imperfección podemos lograr grandes cosas. Dios lo sabe y nos perdona siempre con infinito amor y paciencia.
    Un cordial saludo.

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  2. Hola Salvador, gracias por compartir este testimonio de vida del padre Christopher.

    Creo que la morbosidad del ser humano hace que se fijen más en las cosas negativas que en las positivas.

    En mi país hay un noticiero que llama a su sección "también tenemos buenas noticias" y en ese momento habla de todo menos de tragedias y demás.

    Creo que nos hace falta difundir esas buenas noticias.

    Saludos. Hilda

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  3. Gracias por sus comentarios, yo, igual que ustedes, estoy de acuerdo en todo lo comentado.

    Siempre se ve las intenciones de aquellos que sólo quieren destruir, y aprovechan cualquier debilidad para generalizar y derrumbar lo que a ellos personalmente les perjudica.

    Acabo de publicar, a continuación y en la misma línea, otras vivencia que te dejan perplejo ante la mentira del mundo, sobre todo, de los medios de comunicación.

    Sólo se publica lo que me interesa. Los medios han llegado a dominar el mundo y hoy el poder está en la lucha de unos medios contra otros.

    El pueblo ha pasado a ser un ganado, la generalidad, que lo manejan de aquí para allá.

    Hola Hilda, en cuanto pueda pasaré por tu lugar para comentar alguna de esas buenas lecciones que nos ofrece sobre el mensaje de las películas.

    Un abrazo a ambas en XTO.JESÚS.

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