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martes, 23 de diciembre de 2008

El poder que marca las diferencias.


Hace tiempo que ya pasó la época curiosa de ver qué era la droga y qué efectos producía. Recuerdo la época del primer cigarro y las primeras copas. Eran cosas que había que probar para sentirte un hombre. Igual que hacer el servicio militar. Recuerdo aquellas burlas, entre bromas, pero que escondían cierta ironía y frustración, sobre los que eran rechazados como no aptos para hacer el servicio militar.

Siempre ha habido un precio que pagar para dar el salto a la madurez o a la aprobación social de ser considerado como un hombre o mujer y ser admitido, integrado, en tu círculo social o sociedad. Siempre ha habido patrones referenciales que han influido en nuestra personalidad alineándonos según el prototipo temporal que nos ha tocado vivir.

Hoy, los jóvenes, son más complejos de lo que a simple vista parece. En contra de lo que se piensa sobre ellos, son conscientes, a nadie se le escapa pues la información está en la calle y los medios, de que consumir drogas supone un serio riesgo no sólo para la salud, sino también porque se trata de sustancias que generan conductas y actitudes peligrosas. Para ellos las drogas son malas. Sobre todo las ilegales.

Sin embargo, no perciben del mismo modo el riesgo que implica también el consumo de sustancias legales, como el alcohol y el tabaco. Sorprende que poco más de la mitad de los jóvenes (56%) vea con malos ojos la ingesta habitual de alcohol y que el resto minimice los daños que provoca beber. Aunque lo más preocupante es comprobar que un 5% todavía declara que el alcohol no entraña ninguna amenaza. Para ellos los riesgos del tabaco son todavía mucho menores.
Una joven es atendida por sus amigas tras desmayarse en la celebración de un botellón.

Estos datos recogido por la FAD (Fundación de Ayuda contra la Drogadicción) suponen toda una revolución para lo expertos porque acaba con muchos mitos de la juventud española. Hasta ahora, se creía que los jóvenes no percibían los riesgos que implican la utilización de las drogas. Sin embargo, la FAD ha comprobado que son conscientes de los peligros y, además, están informados sobre ellos.

Luego, sabido esto, la pregunta es evidente: ¿por qué, entonces, consumen? Y las conclusiones también no se hacen esperar: por el deseo de integrarse en el grupo, de no destacar o de no ser visto de forma diferente respecto a los demás. Concluimos, así lo veo yo, que estamos ante el eterno problema del hombre: el miedo a ser visto diferente y a no tener los objetivos claros sobre el verdadero sentido de la vida.

Sí esto es así, el ser visto diferente y llevar unas actitudes no muy corriente, te hacen ser distinto y por lo tanto te encuentras aislado, no visto como un ser normal y tu vida se llena de tropiezos y dificultades. Se hace pues difícil ir contra corriente. Y lo primero que hay que discernir, clarificar y valorar es que lo corriente no es lo normal. Lo normal y auténtico, ellos mismos lo reconocen, es no consumir, es no entregarse desordenadamente, y sin control ni sentido, al sexo, al placer, a la locura. Las consecuencias no hace falta comentarlas, están ahí, a la vista de todos.

Los peligros del virus sida, por muchas precauciones que se tomen, están al acecho. La promiscuidad tiene, tarde o temprano, algún descuido o fallo y aparece el contagio y con ello la enfermedad. En España. con poco más de 75.000 enfermos contabilizados, la enfermedad se ha convertido en una infección de transmisión sexual, pues el 80% de los nuevos diagnósticos se atribuye a relaciones sexuales promiscuas.

Y esto se puede extrapolar a muchas otras situaciones, como la de los no creyentes, la del consumismo, la de ir deprisa, la del aborto, la de la eutanasia, la de hacer lo que hacen los otros sin preguntarnos nada al respecto. Sin entrar a valorar el por qué o si es bueno o malo, no sólo para mí, sino también para los demás. Esta situación la solemos resumir en este viejo refrán: " donde va la gente, va Vicente".

En este contexto, los jóvenes ven normal a su edad, ¡"lo hacen todos"!, se dicen, tomar esas sustancias, ya que es la etapa de la vida para hacerlo. Si lo razonamos podríamos decir: ¡ah!, es la etapa donde debemos castigar nuestro cuerpo, estropearlo y ponernos en peligro de perjudicarnos gravemente para toda nuestra vida, o acabar con ella. ¿Realmente tiene sentido esto? Al parecer, "no sé que tipo inteligente lo ha inventado o dicho", hay un momento en la vida, no antes de ser adolescente, ni después cuando se ha alcanzado una edad adulta, sino ahora en plena juventud cuando debemos estropearnos y correr estos riesgo.

Se cae de maduro lo irracional de estas actitudes y son los Gobiernos los que deben velar, advertir y proteger a las familias para que, apoyándolas, puedan educar y alejar a sus hijos de estos peligros. Creo que todos los padres y madres desean esto, pero volvemos a la pregunta del principio: ¿por qué no lo reclaman? La respuesta esta contenida en todo lo que hemos ido reflexionando en la reflexión, valga la redundancia.

El tema da para rato, pero con el ánimo de ser breve dejaré para otro día el ahondar más profundamente en las razones y juicios que se hacen, no sólo los jóvenes, sino también los no tan jóvenes sobre el uso de estos productos. En el fondo hay un horizonte vacío que tiene mucho que ver con la búsqueda de la felicidad y el sentido de la vida.

2 comentarios:

  1. La presión social es muy fuerte Salvador, yo tengo años luchando contra las drogas legales y a pesar de que los chicos saben y están "concientes" de todo lo que provocan, pesa más la presión de amigos, sociedad, medios de comunicación. Es terrible que eso esté por encima de la salud física y espiritual.
    En fin. Seguiremos en la lucha. Saludos cariñosos. Hilda

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  2. Sé realmente lo duro y difícil que es salir de esa carcel. Tengo experiencia sobre ello, no, gracias al SEÑOR, por haberla experimentado, pero sí por estar muy cerca de ellas y trabajar en ese campo.
    Tengo también la satisfactoria experiencia de haber salido victorioso, hasta ahora, con una persona que ha querido desengancharse, y eso me ha llenado de conocimientos y experiencias de saber que todo pasa por la firme voluntad de tener un motivo por qué luchar, y ahí está la clave. Sin embargo, coincido contigo, Hilda, que es un camino muy duro, sobre todo, cuando se ha llegado a cierta profundidad donde asirse hacia arriba roza, casi, la utopia. Sólo me queda la esperanza de mirar hacia el hijo prodigo y pensar que con el SEÑOR todo se puede.
    Un abrazo.

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